La inteligencia es un concepto amplio y algo abstracto, respecto al cual todavía existe debate. En concreto, no hay un consenso definitivo en torno a cuestiones como cómo definirla, qué ámbitos cognitivos cubre exactamente, si es algo universal, o cómo medirla. La definición más sencilla y genérica sería que la inteligencia es la capacidad para adquirir y aplicar el conocimiento, así como la facultad de pensar y razonar, o la habilidad para comprender y sacar provecho de la experiencia. Aunque, en realidad, siguen existiendo definiciones mucho más simplistas sobre qué es la inteligencia, como la de Böring, según el cual “la inteligencia es aquello que miden los tests” (Böring, 1923).
Sin entrar en más detalles sobre qué es la inteligencia realmente, ya que todas las personas tenemos una idea aproximada de ello, analicemos una cuestión de mucho interés social y científico: ¿es la capacidad intelectual algo estanco y estable a lo largo del ciclo vital de los individuos o, por el contrario, puede modificarse? Para responder a esta cuestión hace falta tener en cuenta dos dimensiones: en primer lugar, cuánta heredabilidad existe respecto a la inteligencia y, en segundo lugar, a qué tipo de inteligencia nos referimos.
Heredabilidad de la inteligencia
Respecto al concepto de heredabilidad, hace referencia a si la inteligencia es algo puramente biológico y determinado genéticamente o, por el contrario, es afectada por el ambiente (lo que en la literatura científica se conoce como nurture-nature).
Si bien los primeros estudiosos del tema (a principios del siglo XX) argumentaban que la inteligencia era determinada en su totalidad por los genes (Galton & Galton, 1998), luego se dio paso a la postura contraria, de tal forma que en los años 60-70 se pensaba que todos los factores de inteligencia dependían del contexto. No ha sido hasta hace poco que ambas posturas se han reconciliado, de forma que actualmente se piensa que es la interacción de ambas la que determina la inteligencia de una persona.
Lo que no se sabe con exactitud es cuánto contribuye cada una, algo a lo que se dedica la genética cuantitativa. Así, si bien la parte genética de la inteligencia obviamente no se puede alterar, estas corrientes científicas apuntan a que sí es posible tener cierto control sobre nuestra inteligencia. Factores como la educación que recibimos, lo que observamos en nuestro entorno familiar, el tipo de actividades que realizamos, o nuestro nivel de motivación para aprender cosas nuevas pueden contribuir a aumentar nuestra inteligencia. Aunque, como se ha mencionado, no se sabe hasta qué punto.
Tipos de inteligencia del modelo de Gardner
Ahora bien, ¿existe solo una forma de inteligencia? Si bien en los primeros estudios se consideraba que sí, al haber encontrado que ciertas medidas de inteligencia como el famoso CI (cociente intelectual), que es la relación entre la edad mental y la cronológica, no variaban demasiado a lo largo de la vida, se ha ido viendo que esto no es cierto, de tal forma que existen varias dimensiones del concepto de inteligencia. Aunque no hay un consenso absoluto sobre cuántos en total, sí que se suelen aceptar los siguientes (siguiendo el modelo de Gardner, 1983):
-Inteligencia lingüística: dominio del lenguaje, tanto usándolo como comprendiéndolo. Suele destacar en poetas o lingüistas.
-Inteligencia lógica-matemática: comprensión de relaciones y operaciones matemáticas. Destaca en científicos o filósofos.
-Inteligencia espacial: capacidad de comprender la dimensión visual, el tamaño de objetos, su posición… Destaca en arquitectos o artistas (entre otros).
-Inteligencia musical: capacidad de comprender y producir piezas musicales.
-Inteligencia corporal-cinestésica: habilidad para comprender el movimiento, tanto propio como ajeno. Destaca en deportistas o bailarines.
-Inteligencia intrapersonal: aptitud de comprensión de uno mismo (pensamientos, emociones…)
-Inteligencia interpersonal: capacidad de comprensión de otras personas (sus intenciones, emociones…) Destaca en psicólogos/as o enfermeros/as.
Si se tienen en cuenta todas estas tipologías de inteligencia (hay corrientes que defienden la existencia de muchas más aún), es más fácil defender que una buena parte de ellas son susceptibles de cambiar. Así, por ejemplo, la inteligencia musical se puede entrenar de un modo relativamente fácil, y la inteligencia interpersonal irá mejorando a medida que los individuos tengan más experiencias sociales. Además de esto, se ha visto que algunas formas de inteligencia mejoran con la edad, como la intrapersonal, ya que las personas van enfrentándose a situaciones que les aportan herramientas y hacen que estén mejor preparadas en general.
En conclusión, si bien hay un alto componente biológico en las capacidades que tenemos, se ha ido demostrando con el tiempo que este no es limitante, sino que las distintas habilidades pueden entrenarse y modificarse en la vida. El cómo no se sabe realmente, aunque en general parece que exponerse a determinadas situaciones hace que mejoremos. Por ejemplo, alguien que dice no tener demasiada coordinación podrá mejorar considerablemente si se apunta a clases de baile, aunque le costará más que a otra persona que ya haya nacido con esa facilidad. Debido a todo esto, una serie de estudios recientes están empezando a defender la necesaria modificación del sistema educativo, ya que trata a todos los alumnos por igual, y no potencia las habilidades naturales de cada uno de ellos.
Referencias
Boring, E.G. Intelligence as the tests test it (1961). New Repub. 1923, 36, 35–37.
Galton, D. J., & Galton, C. J. (1998). Francis Galton: and eugenics today. Journal of Medical Ethics, 24(2), 99-105.
Gardner, H. (1983). Frames of mind. New York: BasicBooks
Xavi Ponseti
Col. Nº B-03138