Si estás leyendo esto, y te sientes identificad@, no temas, porque no estás sol@.
Es bastante común sentir, en algún momento o etapa de nuestra vida, una crisis existencial o de identidad, por llamarlo de alguna manera. De hecho, puede ser normal hasta sentir varias de éstas, en diferentes momentos del ciclo vital. No sólo en la adolescencia, sino también en el ecuador de nuestra vida, o a partir de la jubilación.
En Psicología existe una teoría muy interesante que nos habla del Yo (o también llamado Self). Concretamente, se la conoce como la teoría de la autodiscrepancia. Según Higgins, su autor, todos tenemos varios “yo”. Pero no te preocupes, pues no comenzarás a llamarte “Patricia”, ni aflorar diversas personalidades como en la película Múltiple. Más bien se refiere a las distintas formas que tenemos de vernos a nosotros mismos. En definitiva, se trata del autoconcepto y, por ende, de la autoestima.
El autoconcepto, o conocimiento que poseemos de nosotros mismos, se desarrolla a lo largo de toda la vida. Éste se construye a partir de esquemas de intereses personales, sentimientos, creencias, decisiones, valores…
Y la autoestima, esa ansiada amiga (y en ocasiones nuestra peor enemiga), no es otra cosa que un reflejo emocional de ese autoconcepto, es decir, una reacción emocional de cómo nos vemos.
Ahora viene la parte interesante. Según Higgins, las personas poseemos tres tipos de Yo: el Yo real, el Yo ideal y el Yo debería.
El Yo real es cómo creemos que somos realmente. Ojo, no tiene porqué ser un reflejo fiel a la realidad. Es una autopercepción, que puede ser negativa o positiva, y coincidir o no con la realidad.
El Yo ideal es aquel que nos gustaría ser. Pero también incluye otro tipo enfocado a lo que querríamos ser para los demás. Es un conglomerado de metas, aspiraciones y expectativas. Es aquello que soñamos ser.
Y finalmente, el yo debería es la imagen que tenemos de nosotros mismos del deber. Aquello que creemos que deberíamos ser, o que otros esperan de nosotros que seamos.
Ya conocemos todos los ingredientes de la coctelera. Pero, ¿qué ocurre cuando mezclamos unos con otros? ¡Ajá! Aquí se produce el quid de la cuestión. Cómo en química, determinadas interacciones producirán diferentes reacciones. Estas reacciones no son otra cosa que discrepancias entre los distintos Yo, y son las conocidas crisis de identidad. Seamos Walter White por un momento y “cocinemos”.
Si metemos en una probeta a un Yo real y un Yo ideal muy diferentes entre sí, es decir, que si aquello que creemos que somos difiere mucho de aquello que deseamos ser, entonces es cuando se producen sentimientos de decepción e insatisfacción. Lo cual puede asociarse con depresión y baja autoestima. El motivo es simple, los humanos nos movemos por metas y motivaciones. Algunas muy poderosas e importantes, que rigen gran parte de nuestra vida. Cuando percibimos (recalco de nuevo que es una percepción, no la realidad) que no estamos alcanzando las aspiraciones que deseábamos para nosotros mismos… El mazazo puede ser fuerte. Así que, si te ha ocurrido, tranquil@, es comprensible. A todos nos ha pasado alguna vez.
Pasamos con la segunda fórmula. Imagina que esta vez interaccionan un Yo real y un Yo debería muy diferentes. ¿Qué pasará? Pues se generarán sentimientos muy conocidos por el ser humano, que no son otros que aquellos asociados a la ansiedad. Sentimos que no hemos cumplido con nuestras obligaciones, con aquello que creemos que deberíamos haber sido. También puede darse la discrepancia con lo que otros esperaban de nosotros. Y es entonces cuando pueden generarse unas expectativas de castigo, y nos volvemos vulnerables al miedo a fracasar y autocríticos con nosotros mismos.
Todos esos cócteles, pueden impactar directos en nuestra autoestima y, en determinado momento de nuestra vida, llegar a preguntarnos quiénes somos. O qué hacer. ¿Y cuál es la respuesta a la más existencial de las preguntas desde el inicio de la humanidad?
Pues que la respuesta debes encontrarla por ti mism@. Porque en la vida no existen recetas universales, ni soluciones que valgan para todo el mundo. Ojalá. Mi labor como psicólogo no es otra que ayudarte en ese camino, ofreciéndote herramientas que puedas necesitar. Pero lo positivo de las crisis existenciales, es ver cómo tú mism@ has sido capaz de resurgir de tus propias cenizas. Y ver eso en mi profesión, es de las cosas más bonitas que puede haber.