Parece que, en los últimos años, las emociones han tomado mucho protagonismo en el boca a boca de la gente, de la misma forma que lo han hecho conceptos como la salud mental y la gestión emocional. Esto no es baladí, ya que son conceptos que van indiscutiblemente de la mano. De hecho, puede decirse que tener salud mental es sinónimo de una buena gestión emocional. Lo que ocurre con el uso popular de estos términos es que muchas veces se quedan en eso, pero no profundizamos en su significado.
Si consideramos que es necesario aprender a gestionar las emociones para tener una buena salud mental, será necesario comprender qué son las emociones. No podemos gestionar algo que no conocemos. También necesitaremos tener claro qué significa gestionar algo, y más concretamente las emociones.
En nuestra web ya hablamos del tema en una de nuestras entradas de blog: las emociones y cómo gestionarlas. En ella se explican distintas estrategias para gestionarlas, por lo que ahora solo anotamos algo muy sencillo: “gestionar” no debe confundirse con “eliminar”. Es decir, gestionar las emociones no debe confundirse con eliminarlas, que es lo que precisamente mucha gente piensa. Obviamente a todos nos gustaría no tener emociones desagradables (como la ansiedad, el miedo o la culpa), pero mientras queramos eliminarlas solo conseguiremos que aumenten, por lo que vale más gestionarlas. Gestionar significa observarlas, ver qué nos quieren decir e intentar hacer algo para influir en su intensidad, su duración y su calidad, pero nunca eliminarlas. Echa un vistazo a la entrada mencionada.
¿Qué son y por qué tenemos emociones?
Si comprendemos la respuesta a estas dos preguntas, seguramente nos sea más fácil comprender por qué debemos gestionarlas en vez de eliminarlas.
Las emociones son experiencias sensitivas que se despiertan en nosotros de manera instintiva, sin poder evitarlas, normalmente como respuesta ante acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. Esas experiencias se componen de sensaciones físicas, pensamientos y conductas. Por ejemplo, la tristeza puede aparecer en forma de pesadez física y llanto, pensamientos de añoranza y ganas de retirarse a estar solo. El miedo puede aparecer en forma de tensión muscular, pensamientos de peligro y hacernos huir.
Por muy instintivas que sean, si evolutivamente no han desaparecido seguramente es porque tienen una función, una función que sigue siendo necesaria a día de hoy. ¿Qué función es esa? La función de informarnos sobre nuestra situación y de motivarnos a actuar. Cada emoción nos “informará de” y “motivará a” cosas distintas. Veamos las funciones de las emociones básicas.
- Miedo: el miedo es un sistema natural de alarma. Nos advierte de que hay un peligro y nos avisa de que debemos tomar medidas de protección. Por ejemplo, si no apareciese el miedo al estar en medio de la carretera viendo a un camión aproximándose, posiblemente no nos veríamos impulsados a correr hacia la acera. Por lo tanto, la emoción del miedo cumple la función de ponernos a salvo.
- Tristeza: la tristeza puede aparecer en tres ocasiones: cuando afrontamos una pérdida de alguien importante (por muerte, ruptura, un malentendido…), cuando fracasamos en algo (un trabajo, un proyecto…) o cuando el modo en que es nuestra vida se aleja de cómo deseamos que sea. La tristeza tiene dos funciones: una función social, en la que da a entender al resto que necesitamos apoyo, y una función informativa y reflexiva. Nos da información de cuán importante es esa pérdida y nos impulsa a retirarnos y a procesar el duelo o a reflexionar sobre cómo queremos plantearnos la vida.
- Ansiedad: la ansiedad, como el miedo, nos alerta de peligros, pero en este caso, potenciales. Es decir, nos alerta por anticipado de esos posibles peligros, que aún no han ocurrido. Cumple la función de prepararnos para problemas futuros. Por ejemplo, estar nerviosos ante una presentación de clase o del trabajo nos impulsa a preparárnosla con esmero.
- Enfado: El enfado aparece en dos tipos de ocasiones: cuando percibimos una injusticia, bien hacia nosotros o hacia otras personas, y cuando nos encontramos con obstáculos en nuestro camino. Por ejemplo, descubrir que has comprado un producto defectuoso y que se rompa el coche en mitad de la carretera, seguramente nos enfade a la gran mayoría de personas. En el primer caso, el enfado nos impulsará a reclamar una devolución del producto, y en el segundo, nos impulsará a encontrar una solución rápida. Es decir, el enfado cumple la función de informarnos de que se han traspasado nuestros límites, se ha cometido una injusticia o que hemos salido perjudicados de algún modo. Luego, nos impulsa a mostrar firmeza, hacer justicia y buscar soluciones.
- Culpa/vergüenza: La culpa y la vergüenza aparecen cuando no cumplimos con lo que se espera. La culpa suele darse cuando vamos al contrario de las normas sociales, y la vergüenza cuando no conseguimos nuestros objetivos y nos desvalorizamos por ello. La culpa nos llevaría a rectificar el error, y la vergüenza nos hace retirarnos para reflexionar en cómo queremos hacer las cosas en un futuro, para sentirnos mejor con nosotros mismos. Por ejemplo, si se me olvida el dinero de un amigo, la culpa me hará pedir disculpas y devolverle el dinero. Si en vez de eso, lo que ocurre es que no puedo devolverle el dinero, pensaré en la forma de devolvérselo y de que no vuelva a ocurrir.
- Alegría o emociones agradables: las emociones agradables nos hacen darnos cuenta de qué es eso que valoramos en nuestra vida: aquello con lo que disfrutamos y nos sentimos a gusto. Por eso, nos hace invertir esfuerzos en perseguir y mantener esas cosas. Por ejemplo, si te gusta y te sienta bien hacer deporte, probablemente lo mantengas. Si no sintiéramos alegría ante algunas situaciones, seguramente no sabríamos hacia dónde dirigir los esfuerzos en nuestra vida. Estas emociones también cumplen una función social. Son emociones que informan rápidamente a los demás de nuestra buena predisposición y nos impulsan a compartir momentos bonitos con los otros.
Como ves, las emociones parecen ser bastante necesarias. Sin embargo, es posible que pienses que algunas de ellas son muy desagradables. Y es cierto, pero debes saber que van a ser más intensas y frecuentes (es decir, más desagradables) cuanto más intentes deshacerte de ellas. Por eso es tan importante entender que no podemos evitar su aparición, del mismo modo que debemos escucharlas para saber qué nos dicen y qué nos impulsan a hacer.
No escuchar a nuestras emociones es el principio de una mala gestión emocional, trayendo consecuencias de distinto tipo.
Por ejemplo, la persona que cuando algo le molesta no pone límites, puede acabar acumulando enfado, haciendo que esté más irritable y a la defensiva en situaciones neutras. O si la persona que está nerviosa por una presentación decide no preparársela porque no se ve capaz, probablemente fracasará, más incapaz se sentirá y se pondrá más nerviosa la próxima vez.
Puede parecer muy lógico y fácil, pero escuchar nuestras emociones puede ser difícil cuando las vivimos de forma muy abrumadora, o cuando venimos gestionándolas mal durante mucho tiempo. En esos casos, la ayuda de una psicóloga o psicólogo general sanitario puede ayudarnos a analizarlas y a hacer que poco a poco nos expongamos a ellas sin evitarlas.
Si te interesa el tema y quieres más material, puedes seguir con la película infantil “Del revés” (Inside out; Docter y Del Carmen, 2015). En ella se muestran las emociones representadas tanto interior como exteriormente en cada personaje. Tanto a niños como a adultos, puede ayudarnos a entender mejor el papel de las emociones y servir de apoyo a este artículo.
Guillem Nicolau Coll
Psicólogo General Sanitario
Nº col.: B-02773
Referencias:
Docter, P., & Del Carmen, R. (2015). Inside Out. Walt Disney Studios Motion Pictures. Copy citation. Chicago style citation.