Muchas personas afirman que el alcohol afecta en gran medida a su capacidad para relacionarse sexualmente. En general, coinciden en dos cosas: que haber consumido algo de alcohol hace que sientan un mayor deseo sexual, y que entorpece un poco las relaciones sexuales, haciendo que alcanzar el orgasmo (entre otras), sea más complicado. Ahora bien, ¿es esto verdad? Y, de serlo, ¿cuál es la explicación científica?
El alcohol afecta a nuestro metabolismo de diversas maneras, dependiendo de distintos factores (cantidad de alcohol ingerida, condiciones fisiológicas de la persona, frecuencia de consumo…). A corto plazo, podemos distinguir distintos efectos:
-Hace que se segregue dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer. Debido a esto, nos podemos sentir más contentos, eufóricos o emocionados, lo que haría que fuéramos más propensos a relacionarnos con otras personas.
-Afecta al córtex cerebral, que se encarga de procesar la información. El alcohol hace que funcione de una forma más lenta, ralentizando los pensamientos y haciendo más difícil evaluar las consecuencias de nuestras acciones. Todo esto puede contribuir a la desinhibición.
-Altera el cerebelo, encargado del movimiento en general (de la coordinación, del equilibrio…). Por ello, podemos sentirnos menos ágiles y más torpes. Esto haría que en una relación sexual tengamos algunos problemas al querer ejecutar ciertos movimientos.
-Afecta al hipotálamo, del que dependen algunos procesos hormonales. Debido a esto, el deseo sexual puede aumentar o disminuir (la relación exacta entre alcohol y deseo sexual no se ha establecido claramente).
-Interfiere en el bulbo raquídeo, que se ocupa de procesos fisiológicos básicos como la respiración o el ritmo cardiaco. Por ello puede que las pulsaciones bajen, se respire mucho más despacio, aumente la sensación de cansancio… El cuerpo percibiría esto como un estado de emergencia en el que las acciones no relacionadas con la supervivencia (como el sexo) pasan a un segundo plano.
-Afecta a muchos otros procesos del sistema nervioso central, en general dificultando la transmisión de señales a nivel neuronal. Debido a esto, los estímulos son menos efectivos, ya que no se interpretan bien a nivel cerebral (es decir, se siente menos). Del mismo modo, y relacionado con un punto anterior, el procesamiento de información más superficial puede hacer que se tomen decisiones con las que no se estaría de acuerdo de no haber ingerido alcohol.
Debido a todas estas interacciones del alcohol con el sistema nervioso, es posible que los genitales no respondan ante el deseo sexual (haciendo más difícil conseguir erecciones y que la vagina lubrique, entre otros). Por supuesto, todos estos efectos van a más según la cantidad de alcohol consumida aumenta, hasta llegar a un punto en que cualquier interacción sexual sería imposible.
A pesar de todas estas consecuencias, dada la desinhibición que produce el alcohol, muchas personas recurren a él para “atreverse” a interactuar con otras que les atraen sexualmente ya que sienten vergüenza o miedo al rechazo, no sintiéndose capaces de hacerlo de otra forma. Sin embargo, obviamente el alcohol no debería ser la solución ante estos miedos, dado su efecto perjudicial sobre la salud. Si fuera necesario, sería aconsejable que dichas personas recurrieran a terapia psicológica para analizar de dónde nace esa ansiedad social, y trabajar en ella con las herramientas pertinentes en cada caso.
Referencias:
Miller, N. S., & Gold, M. S. (1988). The human sexual response and alcohol and drugs. Journal of substance abuse treatment.
Peugh, J., & Belenko, S. (2001). Alcohol, drugs and sexual function: a review. Journal of psychoactive drugs, 33(3), 223-232.
Xavi Ponseti
Col. Nº B-03138